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La tarde cuelga miradores

con ojos velados por el miedo.

Abajo, un sendero se abre entre árboles 

que han cumplido más de cien años.

Su altura siente la primavera a punto de llegar,

escucha los pasos que resuenan al pisar

y mide la corta distancia de su destino.

Los árboles no cierran los ojos

pero nadie les ha concedido el privilegio de bajar hasta el sendero.

Entre tanto, los ojos que no quieren ver

cierran su mirada y su conciencia,

hasta que un estallido quiebra la tarde

y el caminar de los pasos.

Dos hermosos cuerpos saltan por los aires

bajo ancianos árboles que les quieren

y ojos que no les quieren ver.

Negros pájaros alimentados por la sangre derramada

vuelan contra el atardecer.


Este tremendo y sensible poema (eso creo), es obra de Elías Querejeta, el conocido productor del documental Asesinato en febrero, que dejó para la Fundación Fernando Buesa, asesinado por ETA junto a su escolta Jorge Díez Elorza en el año 2000. 

Querejeta entonó de forma encomiable con su voz onda y dolida esta dedicatoria al político y a su joven escolta. El temblor de su timbre pausado rescata la tristeza y la violencia de los hechos ocurridos en el Campus Universitario de Vitoria. 

Mientras suena su inigualable voz, corren imágenes del documental que él mismo produjo en 2016.  


Pienso en abandonar el diseño. Es una idea triste, quizás. El tiempo que llevo derrapando en esta profesión comienza a oler demasiado a goma quemado. Lo que aquí escribo no representa a ningún colectivo en el que me pretenda escudar, excusar, ni refugiar. Mi relato es de carácter personal, individual, y aunque los conocidos y comunes problemas del sector le puedan sonar en este texto, creo que la ocasión merece expresar con sinceridad, que mi derrumbe no solo se debe a lo profesional. 


Desde hace casi ocho años trabajo como diseñador gráfico en Madrid, por cuenta ajena. A los pocos meses de comenzar a trabajar en la empresa, me percaté de que mis funciones no serían la aventurita que cualquier persona dedicada al diseño espera tener. Sin tratar de cebarme con la marca que me contrató, puedo resumir con breves palabras que han terminado por quemarme. Un golpe de buena suerte me hizo volver a encontrar un empleo en Madrid tras mi experiencia en el extranjero. El mismo golpe de suerte, me hizo dar con un empresa en la que, aunque me gano el sueldo que me da de comer, me ha ido consumiendo hasta reducirme en un residuo. Así me siento, como un residuo. El esfuerzo de mi tiempo ha sido total, no obstante fue imposible la entregarme a mis labores. No es posible darlo todo en un lugar que desecha tus capacidades. Me han aprovechado mal, en profesionalidad y/o creatividad. Pero no son ellos los afectados, ni mucho menos. El afectado soy yo. Sí que han aprovechado bastante bien el débil y rentable salario por el que, a través de mi empleo, han obtenido años de productividad y beneficio, sin que ello tuviera un reflejo en mis ganancias.  


En estos años he tenido impulsos para iniciar otro rumbo. Encontrar otro lugar donde la función de un diseñador gráfico no quede en la de un mero técnico de programas de diseño que maniobra líneas de trabajo ya establecidas lejos de criterios que ayuden a mejorar, y otras gestiones periféricas que el diseñador no tiene por que realizar, pero que van con calzador en el puesto. La búsqueda de una nueva etapa, conllevaba unas expectativas que pronto se estrellaban con la realidad de un mercado laboral precario, cutre e irritante. No tardaba en bajar los brazos apenas días después de comenzar a mirar páginas web de ofertas de empleo.  


Suele repetirse con frecuencia un tipo de oferta, publicada con el efectismo de los fuegos artificiales: brillo en tus ojos que se va desvanecimiento hacia un vacío frustrante. Madrid, capital del reino. La élite muscular del poder empresarial, modernidad y vanguardia, todo muy cool. Agencias y empresas que en sus anuncios presumen de proyectos para marcas muy importantes a nivel nacional e internacional. Estas ofertas de empleo suelen buscar, así redactan de una forma u otra, un "todoterreno" del diseño, una persona muy puesta en las "últimas tendencias", que esté a la cabeza de todo lo que se haga hoy. El perfil solicitado debe tener conocimientos, formación y experiencia en todo el abanico de disciplinas del diseño, es decir, necesitas ser un trotamúsico que lo toque todo a la vez. Quieren el diseñador/ra supersayan. La visión del equipo formado por personas especializadas en los campos que requiere el mundo de la imagen se queda (muy evidente en los últimos veinte años) en figuras únicas con una amplitud de capacidades de 360º. Debes ser diseñador gráfico, pero también videográfo, y ojo, no solo editor, sino tener un nivel importante en postproducción y/o animación. Debes ser también avanzado en el diseño de la interfaz de usuario, pero también en UX. No hay que dejar atrás también, que te tendrán muy en cuenta si además tienes dotes de ilustrador, dibujante, sí. Debes estar al loro de la última moda en todo lo referente a redes sociales, también valorarán tus conocimientos en publicidad, porque vas a hacer de copy writer sí o sí. Pero no te quedas ahí, también debes domar CMS, tienda online, maquetación CSS, e incluso programación. Saben que no podrán pedirte mucho de esto último, pero ya te piden que sepas algo. 


A todo esto, has de sumar que serás tú quien deba atender a los clientes, llevar los "timings", dar la cara con los proyectos que surjan al mismo tiempo sin que el  ritmo de trabajo colapse, debes estar acostumbrado a trabajar bajo presión en plazos de entrega muy cortos. Sobre esto, incluso esperan que te muevas de forma natural, porque será la naturaleza en la que vas a embarcarte. Normalizar el estrés, dicho de otra forma. A esto, ellos lo llaman "buscamos un apasionado del diseño". Rescatan quizás el romanticismo del trabajador al que la palabra explotación le venga pequeña, y que sienta casi como la líbido eso de entregar tu vida a interminables jornadas de estrés y donde te de igual cuarenta que ochenta horas semanales. Debes SER TODO eso si quieres entrar a formar parte de un proyecto de selección muy competitivo.  


Paralelamente al desvanecimiento y la fátiga durante la lectura de este tipo de ofertas, esperas al menos tener un dato al final, que despeje muchas dudas a la hora de valorar si apuestas con sacrificio por la vacante o descartas con bastante seguridad una oferta que no es para ti: el salario. 


Suelen ser frecuentes dos casos: En el primero, no publican el salario. A menudo, muchas empresas deciden no publicar el salario. Queda retrasado a la intimidad de, con suerte, una cita para entrevistarte presencialmente. Esto, podemos considerarlo como algo legítimo, incómodo para el explorador de ofertas pero útil para la empresa. Ellos esperan recibirte con una buena bienvenida en las oficinas, que conozcas el lugar, el entorno, el espacio de trabajo, que el trato cara a cara sea honesto, también ellos te conocerán a ti. La nueva oportunidad, esa ansiado o deseado trabajo con el que comenzar tu nueva etapa, eleva bastante el grado de aceptación por quienes buscan un nuevo empleo. El chasco viene cuando por educación, hablar del sueldo se queda al final de la entrevista. Tenerte frente ellos, puede ser un buena ocasión para que a pesar de no ofrecerte un buen salario, puedan ofrecerte otros beneficios, promesas sobre futuro, cierta renegociación, o simplemente humo. El empleo de tiempo y esfuerzo dedicado a interesarte por la oferta que no publicaba el salario, informarte de quiénes son, conocer la empresa a través de su web, prepararte un adecuada carta de presentación, conocer sus necesidades, sus proyectos, currarte un portafolio adaptado para la ocasión, puede irse al traste cuando solo al final te ofrecen una cifra que no cuadra con la categoría de empresa que ves a tu alrededor. Te han hecho perder el tiempo. No comprendo por qué no publican el salario que ofrecen junto a la oferta. ¿A qué tienen miedo?


En el segundo caso, publican un salario muy por debajo no solo de las expectativas, sino también por debajo de la decencia. La decepción es precoz a la vez que insorteable. 18.000, 20.000, 22.000 y 24.000 suelen ser las cifras de salario bruto anual que ofertan en webs como Infojobs, LinkedIn, Domestika y alguna más, para diseñadores gráficos en plena capital de España, la ciudad más cara del país. Estos salarios son a menudo poco o nada ajustados al balance de beneficios por los que las empresas del sector del diseño (y no solo diseño) suman cuantiosas ganancias millonarias. Es desde el único punto de vista desde el que se puede contemplar esto, un salario irritante. El máximo beneficio al precio más rentable: trabaja para grandes marcas pero a precio de peón. Necesitan trabajadores profesionales a la altura de sus proyectos, colocando el techo salario a la altura del betún, a quienes van a sacar el mayor partido pagando el mínimo establecido. Cifras que para cualquier habitante de Madrid resultan ajustadas e insuficientes para cubrir el gasto mensual y por supuesto, contar con un margen de ahorro vital que todo trabajador merece disponer. Llevar una vida normal, corriente, cubierta, digna. No es posible independizarse, no es posible que los bancos te tomen en serio mientras esperan que tu nómina coherente para acceder a una hipoteca, al borde de los 40 años.  


La desgana ha acabado por azotarme por un tiempo tan prolongado, como el que empleo en asomarme por la ventana del mercado laboral, en este patio interior de los IT jobs donde supuestamente se encuentra el futuro; el de ellos claro, no el nuestro. 


A punto de cumplir cuarenta años, llevo cerca de veinte años viviendo como un estudiante. Sí, compartiendo una vivienda en régimen de alquiler con más personas, ante la insuficiencia económica y evaporada expectativa de poder disponer ya a estas alturas de la vida adulta, una vivienda. Un sitio. Fijo. A solas. Independiente de mates, dejemos de romantizar la vivienda compartida al estilo Friends, que ya tenemos una edad, que de casa de mis padres ya me fui temprano. Más allá de la complicidad de buenos (y otro no tanto) compañeros/as de piso, entre ellos algunos amigos, hay una búsqueda natural y universal de querer tener un sitio propio, con tus pertenencias, tus costumbres, sin la obligada necesidad de tener que estar compartiendo una vivienda. La experiencia es positiva siendo joven, aprendes bastantes cosas de la vida compartida como estudiante o siendo otra cosa. Con los años la cosa cambia. Tú cambias. Pero eso no parece que vaya a cambiar con este panorama laboral, porque tampoco quieren que eso cambie, claro. El abismo que hay entre el abusivo precio de compra (y alquiler) y los salarios de hoy, se hacen una pesada cruz desde esta ciudad. También desde cualquier otra, pero entiéndame cuando les escribo desde aquí. Es descorazonador contemplar esto desde el filo de la empresa que deseo abandonar, y cuyo salario no es sueldo para un diseñador gráfico en Madrid, ni desde las ventanas de portales de empleo a los que me asomo con ganas de prenderle fuego a todo.  


Cada vez merece menos esperanzas dedicarme al diseño mal pagado, y tristemente es el único que existe a mi alcance. Es para mí una cuestión que tiene que ver con la dignidad, el que no quiera dar mi valía ni mi talento creativo (lo mejor de mí en definitiva) si es que tenemos que tragar con esta basura de salarios. Para cobrar mal (lamento mi discurso derrotista) lo haré haciendo otro trabajo que no me suponga una entrega total, ni de tener ni la sensación de que juegan con mis expectativas vitales y profesionales.


Cada vez estoy más convencido de que los buenos trabajos se logran por otras vías, a través de contactos, de recomendaciones, de amigos y amigos de amigos o conocidos. Lo veo en la experiencia de amigos de mi entorno cercano de forma dispar, pero ocurre. No todos ellos tienen buenos trabajos, ni todos los que sí lo tienen llegaron mediante contactos, pero sí lo veo a menudo repetirse en los últimos años, y sobre todo, aquí en Madrid. Pero todo ello muy lejos del circuito mercantil de las ofertas de empleo publicadas en webs que parecen venderte la crèam de la crèam


Sé que vivo con un frustración arrastrada desde hace tiempo, y eso consume a cualquiera si se prolonga demasiado. He llegado al límite con mi empresa, no puedo ni quiero estar un día más. Me está consumiendo el hecho de ir día tras año (permítanme esta elipsis lírica, todo me parece vertiginoso) dejándome todo el tiempo de mi vida en algo inservible y que está deteriorando mi salud. Consume mis días hasta dejarme sin tiempo que emplear en planear aunque fuera, mi huida. El desgaste que yo siento me desajusta por completo. He perdido interés por las cosas, atención a quienes me hablan, compromisos con nadie, y sobre todo hace que yo no pueda dar lo mejor de mí. Prueba de ello es este mismo artículo.


Fotografía de JMVM, del asentamiento destrozado de inmigrantes temporeros en abril de 2020, Lepe.

Trabajar a destajo sin acceso garantizado al agua: la dura realidad de muchos trabajadores migrantes en el sur de España

ENTREVISTA A JOSÉ MANUEL VELÁZQUEZ MAZUECOS


En agosto de 2020 falleció en la localidad murciana de Lorca (España) un jornalero de nacionalidad nicaragüense que trabajaba —de forma irregular— en la recolecta de sandía; el trabajador fue abandonado en estado inconsciente por una furgoneta a la entrada de un centro de salud público con síntomas compatibles con un golpe de calor (aquel día la temperatura en Lorca alcanzó los 44 ºC). El sindicato español CC.OO. hace tiempo que viene denunciando que las empresas “no facilitan agua fresca para beber a su personal, ni comedores donde puedan protegerse de las inclemencias climáticas y que incluso incumplen la jornada intensiva, con el agravante de estar advertidas de las altas temperaturas que se darían en estos días”, una problemática que afecta directamente a la línea de flotación de los derechos sociales en torno al agua y a la responsabilidad pública en estos supuestos.


¿Considera usted que este lamentable suceso constituye una severa llamada de atención sobre las condiciones extremas y los riesgos que corren los trabajadores temporeros del campo en España durante el desarrollo de su actividad laboral?

Sin duda alguna. Es penoso que tengan que suceder tragedias de este tipo para que pongamos el foco en una cuestión que viene siendo un problema de tiempo atrás, yo diría que inherente al trabajo en el campo en nuestros días. La muerte de este temporero es el resultado de un modelo de explotación laboral que se extiende en la mayor parte de los territorios de nuestro país. Sobre todo, y de una manera más cruenta, entre los temporeros y temporeras que se encuentran en situación “irregular”, pero también sobre el conjunto de los trabajadores del campo. No ha sido sino hasta hace bien pocos años —y gracias a la incansable lucha de los jornaleros y las jornaleras, así como de algunas organizaciones campesinas— que se han conseguido ciertas mejoras en sus derechos laborales. Podemos decir que el gran logro de estas luchas ha sido la consecución de convenios colectivos sectoriales.


No obstante, a pesar de esta reciente regularización de la actividad en el campo, la continua vulneración de derechos y la flagrante impunidad de quienes cometen estos abusos dejan en muchas ocasiones en un lugar de absoluta desprotección a los trabajadores. Los convenios establecen la duración de las jornadas de trabajo, el salario, y todo tipo de estipulaciones respecto a tiempo de descanso, horas extras, desplazamiento y condiciones laborales en general. Sin embargo, es muy frecuente que estas regulaciones no se cumplan.

Quizás el más grave de los incumplimientos —y que peores consecuencias conllevan sobre la salud de las y los temporeros— sea la práctica de trabajar “a destajo”, pues supone pagarles por realizar una tarea determinada, independientemente del tiempo que sea necesario emplear en ella. Esta práctica ilegal se continúa realizando en multitud de lugares de manera frecuente, máxime en los lugares en los que se explota la mano de obra migrante de trabajadores y trabajadoras que no tienen su situación “regularizada”, y que están por tanto expuestos a todo tipo de abusos. En este sentido, por ejemplo, el Convenio Agrícola Forestal Pecuario de Murcia de 2016-18 —vigente actualmente— establece que “...los meses de mayo, junio, julio y agosto se realizará jornada intensiva de 7 horas diarias, como máximo...”, pudiendo realizarse “hasta un máximo de dos horas extras diarias...”. 

Por las informaciones que salieron a la luz tras el fallecimiento en Murcia en agosto de 2020 del temporero al que aludía en su pregunta, parece que este había estado trabajando más de once horas, sin acceso a agua potable; este trabajador se encontraba en situación “irregular”, es decir, que ninguno de los derechos laborales le eran aplicables porque, sencillamente, carecía de contrato. Precisamente por eso le dejaron tirado en la puerta del ambulatorio. La empresa cometió, primero, el delito de ponerle a trabajar sin contrato y, a continuación, alguien que conocía las consecuencias legales de ese delito tuvo la poca humanidad de abandonarle aparentemente en muy mal estado.

En la experiencia que ha tenido usted con organizaciones y asociaciones de jornaleros —particularmente aquellos en situación vulnerable como los migrantes, sobre todo irregulares—, ¿diría que el acceso al agua y a condiciones de salubridad en el trabajo de estas personas es suficiente para desarrollar dignamente su actividad laboral?

Definitivamente no; en la mayoría de los “tajos” no se proporciona agua a los jornaleros. Estos han de llevarla consigo en botellas o garrafas que deben racionar de manera eficiente para que les dure hasta el final de la jornada, lo cual se hace difícil cuando se han de trabajar horas extras. Por tanto, podemos decir que se trabaja en muchas ocasiones sin acceso a agua potable, y además, la mayoría de tierras de cultivo se encuentran en lugares en los que no hay ningún tipo de acceso al agua potable. En contadas ocasiones se les lleva agua en bidones, que muchos intentan evitar beber porque, según cuentan, beber de estos recipientes les produce frecuentemente problemas digestivos.


En relación a los descansos para comer, los jornaleros y jornaleras comen en el suelo; con suerte, a veces se puede encontrar la sombra de la pared de un cortijo o de alguna vieja edificación, debajo de un árbol en el mejor de los casos si se está trabajando en frutales, o ni eso, pegado al coche. En la mayoría de ocasiones no hay otra opción que hacerlo bajo el sol, el frío o la lluvia. El ejemplo del convenio laboral anteriormente referido no concreta nada respecto a los descansos, únicamente su duración de veinte minutos; nada dice de que la empresa tenga obligación de habilitar un espacio, ni como comedor, ni habilitar algún medio de refugio para proteger a los trabajadores de las inclemencias del tiempo.

Por otro lado, existen otro tipo de circunstancias que atentan directamente contra la integridad física de los jornaleros, como por ejemplo la realización de actividades sin las debidas medidas de protección. Igualmente ocurre con la manipulación de maquinaria o herramientas potencialmente peligrosas, para las que a menudo los trabajadores no reciben formación en su manejo. En otras ocasiones se les obliga a realizar labores de manipulación de productos tóxicos sin la capacitación ni las medidas preventivas que a cualquiera nos parecerían imprescindibles. Este hecho es especialmente grave, no solo para la salud de quienes realizan estas tareas, sino también para el resto de trabajadores y trabajadoras que se encuentran en la zona; no se respetan medidas ni distancias de seguridad, y a menudo se realizan tareas simultáneas en los mismos lugares que están siendo tratados con estos tóxicos. Muchos de los afectados y afectadas refieren molestias tras haberse encontrado expuestos a estos productos químicos.

En el caso particular de los jornaleros migrantes con los que usted trabaja, ¿cuáles son las principales reivindicaciones del colectivo en relación con el acceso al agua y cuál es la realidad diaria a la que se enfrentan en ese aspecto?

La principal reivindicación del colectivo de jornaleros/as migrantes es la regularización, claro. Sin papeles no son personas, sencillamente no existen administrativamente, y en consecuencia no tienen ningún derecho. Por desgracia, las instituciones no terminan de reunir la valentía suficiente para acometer una reforma integral de la Ley de Extranjería, un problema que personalmente creo que a alguien le habrá de explotar en la cara en algún momento.

Los trabajadores y trabajadoras migrantes que se encuentran en situación “irregular” a veces también pueden acceder a un trabajo en el campo, pero tienen muchísima más dificultad, y además lo hacen sin contrato y sin absolutamente ningún derecho que les asista. En este caso, los empresarios les pagan lo que quiere —normalmente menos de la mitad del jornal— y les obligan a trabajar las horas que les da la gana (normalmente el doble del jornal). Les fuerzan, además, a hacer tareas peligrosas, insalubres, extenuantes... me atrevo a decir alto y claroque se dan casos de auténtica esclavitud cuando al fenómeno del aprovechamiento de la situación socioeconómica de estas personas añadimos la extorsión directa. Muchas de las historias que se pueden oír en cualquiera de estos asentamientos no dejan lugar a duda.

La realidad de los jornaleros y jornaleras migrantes en la provincia de Huelva (España) es doblemente complicada, ya que a las dificultades propias del trabajo en el campo de las que venimos hablando, se añade la circunstancia de que la gran mayoría no tienen una vivienda digna donde poder descansar al final de la jornada. La mayor parte de estas personas —tanto las que están en situación “regular” como las que no— malvive en asentamientos de chabolas sin unas mínimas condiciones de seguridad y salubridad, ante la imposibilidad de acceso a vivienda.

Los motivos de que esta sea la dura realidad de estas personas habremos de buscarlos, a mi entender, en el seno de una sociedad que mira hacia otro lado ante el problema de la migración, de unas instituciones que manifiestamente no se atreven a poner soluciones sobre la mesa, y de una comunidad internacional que no tiene ningún interés en preocuparse por la vida de estas personas. A Occidente le sigue interesando seguir empobreciendo a los países del sur y recibiendo esa provechosa mano de obra barata. Eso a nadie se le escapa.

Mas allá de esto, y volviendo al tema concreto que ahora nos ocupa, evidentemente la respuesta a la pregunta que me hace es no: estas personas no tienen acceso a agua potable en sus asentamientos. Para conseguirla, deben recorrer largas distancias —a veces hasta varios kilómetros— con sus bicicletas o carritos de supermercado repletos de garrafas, que llenan personalmente en alguna fuente o manantial. Estas garrafas reutilizadas, en la mayoría de los casos, servían en origen para contener líquidos tóxicos (los mismos que utilizan en el campo); una vez se vacían de sustancias tóxicas los trabajadores las recogen, las lavan con agua y jabón, y las reutilizan para contener el agua que van a beber durante la jornada. El agua se convierte en el elemento central en su día a día una vez ha terminado la jornada; así, después de un largo y duro día de trabajo en el campo, tienen que coger sus garrafas y desplazarse hasta las fuentes, hacer el camino de regreso con la pesada carga, y comenzar el ritual diario de asearse y cocinar. Para cuando terminan estas tareas, el día ya ha acabado.


Por otro lado, se encuentra el caso de las mujeres marroquíes contratadas en origen; a estas temporeras se les ofrece una vivienda en el cortijo, que normalmente suele estar en bastantes malas condiciones (a veces se trata de viejas edificaciones, otras de módulos prefabricados); en ambos casos, muchas de ellas también carecen de agua potable. Estas temporeras, contratadas según un convenio especial de España con el Gobierno marroquí, viven situaciones realmente difíciles, tanto en los tajos como fuera de ellos. En los últimos años se han detectado y denunciado numerosos casos de acoso o abuso sexual por parte de los capataces, e incluso graves casos de agresiones aún en proceso judicial. Lo cierto es que los problemas de este colectivo merecerían más que una breve reseña; su experiencia ofrece testimonios muy reveladores sobre la vulneración de derechos y los abusos cometidos en el campo.

Por lo que comenta, parece claro que la responsabilidad en materia de garantía de cumplimiento de los derechos laborales —y en particular los referidos a las condiciones hídricas— es compartida tanto por empleadores de los trabajadores como por las instituciones competentes. ¿Cómo valoraría la actuación de las autoridades locales y regionales de Huelva y Andalucía en este sentido?

En estas zonas, diariamente son interpuestas denuncias por parte de sindicatos, colectivos o personas individuales respecto de las malas prácticas empresariales; es decir, el problema está absolutamente detectado y, en muchos casos, correspondientemente denunciado.

La razón de que continúen sucediendo tal cantidad de ilegalidades se pueden explicar por varias vías. En primer lugar, la notable deficiencia del principal ente público responsable, la Inspección de Empleo y Seguridad Social, organismo administrativo perteneciente al Ministerio de Trabajo y Economía Social cuya labor es revisar el correcto cumplimiento de la ley en las obligaciones laborales y de Seguridad Social de empresas y trabajadores. Y por otro, el importante poder que ha adquirido en los últimos años la patronal: la concentración de tierras ha facilitado laproliferación de grandes empresas, y la inserción en el mercado del fruto rojo de capital extranjero y empresas transnacionales (un sector que mueve anualmente miles de millones de euros y cuyos lobbies ya tienen mucho poder). En la mayoría de las ocasiones, según cuentan los trabajadores, trabajadoras y los propios sindicatos, las empresas son avisadas con anterioridad de cuándo van a tener una inspección.

En relación con las administraciones de ámbito local y regional, no se puede decir que hayan aportado o estén aportando soluciones concretas a los problemas de los temporeros. Los principales ayuntamientos afectados se lavan las manos argumentando que no tienen competencias para ninguno de los asuntos que se le presentan. La Junta de Andalucía, no obstante, asignó en abril de 2020 una partida de 2,3 millones de euros, incluida en un Decreto Ley de medidas urgentes complementarias en el ámbito económico y social para los asentamientos de Huelva y Almería, en respuesta a la situación devenida de la covid-19. Estas partidas debían ser gestionadas por los ayuntamientos, pero que se sepa, hasta el momento, ninguna de esas ayudas a llegado aún a ningún asentamiento.

La realidad de la situación es que la movilización de estos fondos estuvo directamente relacionada con la visita del Relator de la ONU para la pobreza extrema y los derechos humanos, Philip Alston, que había visitado los asentamientos de Huelva en el mes de febrero, poco antes de la declaración del Estado de Alarma en España, elaborando un informe exhaustivo de las condiciones de los asentamientos. Alston manifestó su asombro por la situación de los recolectores de fresa en Huelva, que “viven como animales mientras grandes empresas ganan millones de euros”. A la vez pedía al Gobierno de España “que envíe inspectores laborales”. El Relator indicó que en esos días había visitado zonas “con peores condiciones que un campo de refugiados, sin agua corriente ni electricidad”. Estas declaraciones formaron mucho revuelo, e incluso desde el Gobierno central se apresuraron a anunciar la intensificación de las inspecciones laborales en la zona.

Pocas semanas después se produjo una situación dantesca; con la declaración del Estado de Alarma, el estado español dejaba confinadas a unas 5.000 personas en asentamientos sin acceso a agua potable, y para encargarse de que el confinamiento se llevara a cabo envió a la Unidad Militar de Emergencias (UME), que explicaba a los temporeros y temporeras por los altavoces, en varios idiomas, la importancia de la higiene para evitar el contagio, sin que estas personas tuvieran siquiera acceso efectivo a agua corriente. La Mesa Social del Agua de Andalucía —plataforma integrada por trece organizaciones sindicales, ecologistas, ciudadanas, empresariales, agrarias y científicas— denunció que “dos semanas después de la declaración del Estado de Alarma y tras innumerables denuncias, solicitudes formales e incluso actuaciones legales, los asentamientos de trabajadores inmigrantes de Huelva, en los que se alojan cerca de 5.000 personas, siguen en las mismas condiciones de insalubridad, elevadísimo riesgo sanitario y sin acceso mínimo al agua potable”.

Ninguna administración local, regional o central, hizo nada para proporcionar agua a estas personas durante las primeras semanas de la pandemia. Varias semanas después pusieron a disposición un camión cisterna para abastecer de manera intermitente a los asentamientos, algo que, por cierto, se podría haber estado haciendo igualmente antes, durante y después del Estado Alarma, vista la facilidad de la puesta en práctica y la eficiencia de la medida. De hecho, muchos asentamientos de temporeros se encuentran a escasos metros de los polígonos industriales donde se ubican las mismas empresas que les explotan, de modo que hubiera sido sumamente sencillo proporcionarles agua de la red de abastecimiento que pasa justamente bajo sus pies; otros asentamientos se encuentran junto a grandes balsas de agua de riego extraída de los pozos de la zona.

Además, asociado al problema de la gestión y uso del agua, es preciso señalar que en Huelva se está denunciando desde hace años que el cultivo de la fresa está suponiendo una importante merma de los recursos hídricos del Parque Nacional de Doñana, y que la proliferación de pozos ilegales supone un grave peligro en ese sentido. La cuestión es que en esta provincia los jornaleros y jornaleras no tienen acceso a agua potable en el campo, y que la mayoría de ellos y ellas viven en asentamientos de chabolas o prefabricados donde tampoco tienen acceso a esta, mientras que por otra parte, asociado a la actividad productiva en la que estas personas trabajan, se pone en grave riesgo el ecosistema de un Parque Nacional para intentar mantener una producción totalmente insostenible, únicamente sustentada sobre la base de la explotación del ser humano y de los recursos naturales para el enriquecimiento de unos pocos.

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José Manuel Velázquez Mazuecos es Licenciado en Historia del Arte en la Universidad de Sevilla. Ha militado en el Sindicato de Obreros del Campo (SOC) y posteriormente en su refundación, el Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT); es activista desde el movimiento autónomo en diferentes luchas sociales, y actualmente desarrolla un trabajo de investigación en los asentamientos de temporeros y temporeras migrantes en la provincia de Huelva (España).


La entrevista realizada por Eduardo Tamayo Belda y compartida en este blog está extraída bajo licencia CC BY-NC-ND 4.0 Int., del número 45 (2020) de la revista Relaciones Internacionales, de la Universidad Autónoma de Madrid.

https://revistas.uam.es/relacionesinternacionales/index
https://revistas.uam.es/relacionesinternacionales/issue/view/relacionesinternacionales2020_45/615



Antonio Velázquez Freire. Tío de mi padre, Antonio Velázquez Freire. Ejecutado a los 35 años. Según el padrón del censo de población de 1935 nació en Nerva (Huelva) en 1901. Hijo de Antonio Velázquez Espina (Brenes 1875) y Matilde Freire González (Riotinto 1870). Hermano de  Elia.

Según documentación del AMB (Asociación de Memoria Histórica Bollullos¿?), le fue aplicado el Bando de Guerra ignorándose el paradero de su esposa. Sus hijos irían a vivir con sus abuelos paternos, Antonio Velázquez Espina de 67 años y de Matilde Freire de 57.

Según su partida de matrimonio estaba casado con Antonia Palacios Luna (10 de febrero de 1911, Zahara de la Sierra (Cádiz), contrajeron matrimonio en Saint Gervais sur Mare, provincia de Herault (Francia) el 4 de julio de 1931. Hijos Antonio (Bedarieux-Herault (Francia) 15-05-1934) y Concepción (Zahara de la Sierra 1936).

Trabajaba de mecánico en Bedarieux-Herault (Francia). Allí conoció a la que luego sería su esposa. En el año 1935 empezó a escuchar rumores en Francia que dada la situación por la que pasaba España todos aquellos emigrantes que no regresaran perderían su nacionalidad. Quería venirse a España, pero su esposa no. Al final se vinieron a Bollullos Par del Condado. Esto debió ser a finales de 1935.

Montó un taller mecánico en La Palma del Condado con maquinaria más nueva que la de aquí, que la trajo de Francia. Volvía a Bollullos en bicicleta y portando una escopeta; se paraba en el campo y mataba alguna pieza para llevar a casa. Dicha escopeta le fue requisada por la Guardia Civil tras su detención.
Cuando entraron las tropas en Bollullos lo detuvieron y encerraron en la cárcel de Bollullos, y después en la de La Palma del Condado. A los pocos días, a primeros de Agosto, lo metieron en un coche negro junto con otro desconocido para llevarlos a Huelva, pero antes de llegar a Huelva, ya pasado o no San Juan del Puerto, pararon y los fusilaron.

Inscrito en el libro de defunciones del Juzgado Municipal de Bollullos Par del Condado, página 85, tomo 55, fue fusilado el 6 de agosto de 1936 en lugar no concretado. Testigos presenciales confirmaron a la familia que una persona ejecutada con camisa y pantalón azul (propios de un taller mecánico) y zapatos nuevos fue ingresada en una fosa común del cementerio de Trigueros y que procedía del depósito de La Palma del Condado.


La ARMH de Bollullos Par del Condado manifiesta su apoyo a la exhumación de la fosa común del antiguo cementerio de La Palma del Condado, en la que se encuentran los restos de más de 200 asesinados y fusilados tras el golpe de estado del 17 de julio de 1936.
Existe la duda de que en ella también pueda encontrarse Antonio Velázquez Freire, natural de Riotinto pero vecino de Bollullos tras su vuelta de Francia:
No queremos paralizar obras, solo que se preserve la zona para su exhumación. Dar a conocer la Historia que encierra la fosa. Qué se conozca lo ocurrido en ella. Cerrar las heridas que aún continúan abiertas.
Salud y libertad.

Textos extraídos de las siguientes fuentes:


La anécdota más llamativa de la jornada del desfile militar celebrado ayer 12 de octubre, fue sin duda el incidente en el que el paracaidista que portaba la bandera nacional para su posterior izado, chocó contra una farola en la que quedó además enganchado, a pocos metros del asfalto.

Este incidente, afortunadamente sin consecuencias importantes, ha dado de sí para lecturas y reflexiones de diversa índole, desde la curiosa gracia que refleja la relación de lo fallido en el día de la Fiesta Nacional con los pesares de este país tropezado, hasta la heroicidad de un cabo en el ejercicio y su lealtad en las labores para con su Estado.

A raíz de este tipo de opiniones, y me baso principalmente en aquellas que han dejado registro en la red, han dado a su vez una segunda confrontación entre quienes han tomado el asunto con humor y su clásica generación de memes, y aquellos que se han molestado al tomarlo como mofa hacia un militar y por consiguiente, una ofensa hacia los valores que tiene que ver con la patria, la nación, la bandera, etc.

Pasadas ya 24 horas de este acontecimiento, y tras leer opiniones y expresiones variopintas, he observado como desde la amalgama de gente de izquierdas, hubo una notoria mirada cómica sobre lo ocurrido. Una visión peculiar de ver, cómo un miembro del repudiado ejercito al servicio de un estado monárquico heredero de una dictadura franquista, se estampaba contra una farola dejando el símbolo nacional que portaba en su salto, al libre juego de la mofa.

Mi opinión al respecto, es que es estúpido que desde la izquierda, desde donde no olvidemos que también se aspira a gobernar y cambiar este país, se ataque a las Fuerzas Armadas, en lugar de mostrar su apoyo o ganarse su confianza y empatía.
Es sabido la presencia de un franquismo heredado y fuertemente arraigado en las filas de nuestro ejercito, uno de los grandes pesares de la izquierda. Pero es en mi forma de verlo, un infantilismo enorme acudir a la gracieta rápida contemplando al ejercito como un ente enemigo y rebosante de fachas. Es un error de gran torpeza contemplar a las tropas, y me refiero a esa inmensa mayoría de soldados rasos que la forman, como parte adversaria. No estoy hablando de los generales ni de rangos superiores, estoy hablando de las tropas, hijos de clase trabajadora en su mayoría.

Una cosa es no estar de acuerdo con la forma de Estado (esta monarquía) o con una fecha errónea para celebrar la Fiesta Nacional, algo que sería más propicio el 2 de mayo, por ejemplo. Pero se trata de las Fuerzas Armadas, y son, lo quieras o no, nuestras Fuerzas Armadas. Quien deje esto fuera de la ecuación, que no aspire jamás a gobernar un país. Quien pretenda tener soberanía sin ejercito, que se vaya olvidando de la utilidad de su atalaya teórica.

No olvidemos desde la izquierda, si tenemos que tirar de historia, que las de 1936 también eran nuestras Fuerzas Armadas, y que los primeros fusilados por los golpistas en ese año fueron mandos del ejército. Seamos coherentes con nuestro hacer. 

No entraré a debatir el gasto que supone el desfile militar del 12 de Octubre (600.000€), y cuáles son la empresas que pagan la cuenta, para lo que os paso este interesante link. El cabo Luis Fernandez Pozo chocó en su salto contra una farola. Mi modo de verlo, es que sufrió un accidente laboral. Soldado, no civil, pero un trabajador al fin y al cabo. El 12 de octubre de 2017, tras el desfile militar celebrado en Madrid, el piloto Emiliano García-Page se estrellaba con su caza en la base de Castilla-La Mancha tras su participación en el desfile. Murió, a nadie se le ocurrió hacer mofa de ello. ¿Qué habría pasado si el paracaidista hubiera muerto? Parece que cuando ocurre un accidente en el ejercito, al no ser civiles, no cuentan. Criterio que no comparto. 

Igual que cuando desde la izquierda, una huelga que vela por los derechos de la clase obrera incluye a los esquiroles, sí o sí, es un gran error desligarse de los cuerpos de seguridad de estado, a pesar de los pesares que ya todos sabemos. No defendemos este ejército, ni esta política económica, ni este sistema. Pero que habrá que apostar por otra política económica, otro sistema y sí, otro ejército. Y este paso no se da, desde luego, arrimando la mofa hacia el accidente de un soldado.

Cierto es por otro lado, que afortunadamente nadie tiene el inmaculado poder de autorizar sobre con lo que se puede o no hacer humor. Lo digo por ciertas figuras políticas, que aprovechando el humor que algunos han hecho sobre el incidente, han manifestado su repugnancia por ello. Gana más retuits una contra que una muestra de apoyo, de ahí que hayan afinado la puntería de sus comunicados. Y me refiero a tuits como el de Albert Rivera o el de su compañero de partido, Félix Álvarez, que en cuyos comunicados hacen alusión a los valores, a la entrega, al compromiso, a la libertad y a la lealtad con la Constitución. Pero jamás les he visto hacer mención con las mismas referencias en mayúsculas hacia los trabajadores que sufren accidentes laborales, y en concreto a los fallecidos por ello, cuyas muertes jamás han bajado del medio millar desde que existen registro en España.