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Dicen de la frontera, que son los confines de los estados. Un límite. Una línea. Hasta aquí esto es mío, hasta aquí este soy yo. Hasta aquí mi casa. Más allá no soy yo. Mas allá es otro, más allá es la diferencia. La frontera nos marca las exclusión del otro, la diferencia. La frontera es una identidad, la frontera es una economía. Las frontera es un modo de pensar, y otro modo de pensar nos hace preguntarnos por qué hay fronteras sobre el suelo de una tierra que en el fondo no es de nadie.


Cera de Babilonia - Salvador Ortiz

Quiero presentaros una fantástica novela escrita por el joven escritor Salvador Ortiz el pasado año y que lleva camino de ser un exitazo entre las obras de la literatura fantástica española.Cera de Babilonia es una historia basada en la accidental inmersión de un joven con una entregada vocación a la hipnosis, en el secreto y hermético origen de los dones, el poder del conocimiento de los seres ilustres y la expansión de sus capacidades a través de los siglos de nuestra historia, que han marcado la diferencia entre los que abanderan las eras de la evolución y los meros rescoldos que sedimentan en la cola de la humanidad.
Entre el suspense que tensiona la relaciones de los personajes y el tapiz ancestral habilmente incrustado con una curiosa etimología, esta obra se gana el merecido premio de ser leída.

Debido a su precoz éxito de ventas, la editorial ha decidido lanzar una segunda edición en la que Salvador me pidió colaborar para que la novela estuviese acompañada de una serie de ilustraciones, una tarea de lo más grata y satisfactoria, y cuyo resultado os animo a degustar cuando en breve este libro esté en la librerías de tu ciudad.
Espero que os guste tanto como a mi!

Ilustración, por Antonio Velázquez

Para más información visita:
http://www.ceradebabilonia.com


Transformado en eco, continúas navegando el barco alhambresco,
deslizándote con ese paso tranquilo desdibujas paredes labradas laberínticas,
que hacen oscilar tu verbo como silva el viento en dunas del desierto.

Palpita el pulso de Dios en tu voz,
eres el trueno y la esencia frágil en una sola garganta,
explosionas sin contención
engulles el paso de los cambios.
Cazador de tiempo, como un pequeño reloj,
lo enfrascas, lo cobijas con templanza
y lo entonas volviendo las circunstancias
en encadenados instantes mágicos, maestro.

Ni un diluvio hubiese empapado más,
ni las piedras construído, ni el aire amplificado, que los cuerpos
que prendaste en esta vida con tu sazón,
ese pequeño rato, maestro
que coraje de tu marcha.

Ni los duendes se contienen ni resisten
a que se les oiga con susurro entrecortado y lagrimal
en cuestas ténues del viejo Albaicín.

Tejiste arte con una aguja irrepetible,
punzaste en el pulgar del tiempo
cuando cosías un cante más allá de los tímpanos contemporáneos,
eternizado en esa gota de sangre, que mas que sangre
no era sangre sino tu vivo e inconfundible aliento.

Hasta siempre Enrique, aquí uno que te admiró hasta la saciedad.

Seguramente recuerden aquel capítulo sobre Juan Sin Miedo, de la mítica serie británica de Jim Henson “El Cuentacuentos”, que marcó a la generación de los 80, a la que pertenezco y de la que me siento enamorado. En aquel capítulo, fue especialmente significativa una melodía que sonaba a lo largo del capítulo y que nos hechizaba de fantasía precoz.

Cerrad los ojos. Cerrad los ojos por un momento e imaginad.