Este artículo es un contenido íntegramente escrito por el periodista y divulgador científico Antonio Martínez Ron, y compartido aquí para facilitar la lectura de aquellos lectores que hoy día no poseen cuentas en redes sociales tales como twitter, donde el autor expuso su conocimiento.
No hay otra intención más que la de compartir con la licencia CC que el propio periodista da desde su blog, donde no pude encontrar esta información en formato de artículo de blog.
Espero no saltarme irrespetuosamente las peticiones del Ron. Lo que él publicó mediante un "hilo" en la app Twitter, lo transfiero a continuación.
Hoy os quiero explicar una idea muy bonita sobre la relación que hay entre vuestros ojos y el cielo. Aquí va el #MEGAHILO.
Primero hay que comprender que la luz hace un largo viaje, desde que sale del sol hasta llegar al ojo. Ese es el viaje que os quiero contar. En ese viaje la luz puede hacer muchas cosas: rebotar, cambiar de velocidad al entrar en otro medio, difractarse, dispersarse…
Al cambio que experimenta la luz al cambiar de medio lo llamamos refracción. A la velocidad en cada medio la llamamos índice de refracción. El fenómeno se conoce desde la antigüedad. Séneca se preguntaba “por qué se partía el remo en el agua”.
Si vas a pescar con lanza, más vale que lo tengas en cuenta.
Cuando entra en el agua la luz cambia de velocidad, también cuando pasa a través de una lente o cuando atraviesa la atmósfera.Porque el aire, el agua y otros líquidos tienen diferentes índices de refracción.
De hecho, nuestra atmósfera actúa como unas ‘gafas’ del planeta. La luz del sol se desvía al entrar, hasta el punto de que cuando ves una puesta de sol la estás viendo en diferido. El sol ya no está fisicamente ahí, pero lo sigues viendo.
Es un buen dato para vacilar a tu pareja. El último sol que miráis juntos, en realidad YA NO ESTÁ AHÍ.
Es algo parecido a lo que pasa con los espejismos, la luz pasa por capas de aire más caliente con distinto índice de refracción.
Esto ayuda a explicar por qué vemos las cosas al revés cuando las miramos a través de una bola de cristal o un vaso de agua.
El desvío hace que la luz se cruce y el objeto dé la vuelta. (Link)
Y por eso llega la imagen al revés a nuestra retina, pero eso es otra historia.
La luz del sol tarda 8 minutos y 19 segundos en llegar a la Tierra y entrar en la atmósfera. Una buena parte de esa luz, la de longitud de onda más pequeña, se dispersa en el cielo, lo que genera el aspecto azul. A esto se le llama dispersaron de Rayleigh, por el científico que lo descubrió.
La longitud de onda más larga (roja) llega más lejos sin dispersarse. Por eso si miras al sol (no lo hagas) lo ves amarillo-anaranjado. Y por eso el atardecer es rojizo: la luz tiene que atravesar un camino más largo (más atmósfera) y la que nos llega es la roja. Y la luz que rebota en las nubes (partículas más grandes) es de todas las longitudes, por eso se ven blancas.
En resumen: en la atmósfera no hay partículas azuladas que le den color al cielo el aspecto azul. Puedes ascender lo que quieras, coger ‘trocitos de cielo’ y siempre será trasparente. Son las moléculas las que dispersan la luz.
Pero volvamos al viaje de la luz: al entrar en el ojo, tras atravesar la atmósfera, también hace distintos cambios de medio.
Primero atraviesa la córnea (lente exterior), después un medio acuoso, el cristalino y el agua dentro del ojo (humor vítreo). Todo esto provoca pequeñas desviaciones. A lo que hay que añadir el movimiento constante del ojo, que es un medio inestable.
Esto ha hecho que los científicos tuvieran dificultades para observar el interior del ojo en vivo, las células receptoras en directo.
Para contrarrestarlo, diseñaron sistemas de óptica adaptativa.
Aquí viene lo bueno: los ópticos y oftalmólogos, para mirar dentro del ojo, han terminado usando óptica adaptativa.
Es decir, ahora miramos dentro del ojo con la misma tecnología que se desarrollamos para mirar las estrellas.
Uno de los pioneros en estas técnicas es el español Pablo Artal, podéis seguirle en Twitter @pablo_artal
Con todo esto, tenemos ya la idea clara de que el planeta con su atmósfera se parece a nuestro ojo con sus capas.
En ambos casos la luz va atravesando diferentes medios en un viaje maravilloso. PERO ESO NO ES TODO.
Ahora pensemos en alguien que tiene los ojos azules.
Para empezar, esta persona y todos los que tienen ojos azules procede de un mismo individuo que vivió hace entre 10.000 y 6.000 años en el noroeste del mar Negro.
La genética ha permitido localizar el origen de esta única mutación por la que alrededor del 8% de la población mundial tiene ojos azules. Pero, ¿por qué tiene los ojos azules esta persona? ¿Hay algún pigmento en su iris que le dé la coloración? Pues no. Como sucedía con el cielo, no hay partículas azuladas dentro de un ojo azul que le den ese color. Está sucediendo el mismo fenómeno de dispersión que en el cielo!
La zona que le da el color a nuestros ojos es el iris, que contiene los músculos que contraen y dilatan la pupila.
Es la diferente acumulación de melanina en estas capas y en la retina la que da la coloración a los ojos.
La luz se dispersa de distintas maneras, pero los ojos no tienen pigmentos de ese color determinado, solo más o menos melanina.
En el caso de los ojos azules, la ausencia de melanina en el estroma provoca que la luz entre en el ojo y se disperse como en el cielo!!
Y ahora ya conoces la relación entre el cielo y los ojos azules...
Fuente: https://twitter.com/aberron/status/898139369785217024